El verano de la muerte

Agustín Cassano
3 min readJan 15, 2020

Nadie vuelve a los mejores recuerdos si no es con la memoria. Recuerdo esos veranos en los que el calor era el motivo para levantarse a las 12 del mediodía, comer algo, arreglarse un poco y salir para el club o para algún lugar donde había una esperanzadora pileta que nos haría pasar la tarde como nunca la pasásemos en nuestras vidas.

Esos veranos en los que no había otra preocupación que pasarla bien y parecía que la vida real, la de los adultos, iba a comenzar en una eternidad. Entonces no había que pensar en qué carrera seguir, en qué posgrado vas a hacer este año y en qué trabajo te va a satisfacer para llegar a la felicidad cincominutera de comprar algo que te sirve para satisfacer un deseo pelotudo durante unas horas y pocos días.

Volviendo a esos gloriosos veranos en los cuales nos desperezábamos en la cama tras dormir horas posteriores de jugar a la play después de pasar una noche jugando a la play y mirando películas o colgándonos con algo particular. Un día estábamos con el rubio en el parque del club de Ichizarreta tirados en el pasto del parque, con el sol en la frente y esperando nuestro turno para jugar al paddle después de haber pasado un rato en la pileta. De repente al pibe le salta la pregunta descolocadora.

-Che, ¿te imaginas lo que debe ser morirse?

El rubio había perdido al abuelo hacía muy poco tiempo y toda su familia se había mudado a la casa después de haber vivido 13 años en un departamento. La muerte de su ser querido le había tocado todos los cimientos y en su corta vida todavía no había pensado en la muerte.

-Digo, pensá que te morís. Así. De la nada. Puf. No estás más. ¿Lo pensaste?

-No, nunca.

-Pensá que es como una siesta pero de la que no te levantas nunca más. Dormís y es para siempre. Por los siglos de los siglos.

-Te extinguís.

-¡Claro!

-Es super angustiante pensarlo

-Pero es así. La muerte es algo inevitable.

-Sí, pero, ¿no te llama la atención?

Me quedé mirándolo y luego miré a mí alrededor. El sol brillando, el pasto verde vida, los nenes jugando, los adultos reposando y le dije:

-Ahora me duele la panza de la angustia. Y sí. Es una locura pensar que estás y cuando te morís no revivís. Que ahí se termina todo. Absolutamente todo. Y pasan años, años, años, años…y nunca más. No hay otra chance.

-Claro. Muchas veces me detengo a pensarlo.

-No lo pienses más rubio, por ahora te lo digo. Somos pibes. Falta mucho para eso.

-Sí, tenés razón. Vamos que parece que ya terminaron el partido y nos toca a nosotros.

Fue así como de un sopetón la alegría del verano se detuvo y nos hizo pensar en lo real. Desde ahí, creo, una parte de nuestra niñez se fue para siempre y empezamos a ser más conscientes de las cosas.

Por Ichizarreta no volví más. Me fui cuando terminé el secundario para estudiar en la Universidad. El rubio también se fue del pueblo a estudiar medicina. Parece que esa charla habrá sido uno de los puntapiés iniciales para ganarle un poco la carrera a la muerte alargando vidas. Yo seguí por las letras, porque a la muerte no hay nada más guacho que hacerle que cagársele de risa y escribir sobre ella sin tener una gota de miedo.

Igual, admito, que cada vez que pienso en ella un poco de ese dolor de estómago que me vino ese verano vuelve a mí. Cada vez que hablo con alguien de la muerte o me entero de alguna vuelvo a esa charla, que quedó eterna en mi mente, al igual que esos veranos que ya no vuelven más.

--

--