Etiqueta Negra

Agustín Cassano
4 min readDec 31, 2020

Se terminó el vaso de Whisky justo cuando el reloj cambió de año y comenzaron a explotar los fuegos artificiales. Por más que durante tanto tiempo se desalentó en esas fechas el uso de la pirotecnia, algunos irresponsables y otros caprichosos seguían tirando cohetes cuando cambiaba el año.

Fue entonces que después de tratar de recordar desde cuando había comenzado esta campaña anti fuegos, Joaquín apoyó el vaso en la mesa que tenía a su lado y recordó ese diciembre caluroso de ese año atípico en su vida (y en el de la mayoría).

Se preguntó precisamente qué había hecho aquel 31 de diciembre en el que el mundo había respirado un poco de los gases tóxicos, pero en el que la gente se ahogó más de lo habitual. Ese año, todo había cambiado para siempre.

Recordó que la tarde de ese día había ido al río de la ciudad para despedir el año de una manera poco usual: tirando los malos pensamientos que había tenido y prometiéndose y deseando distintas cosas para el año que comenzaría al día siguiente.

Fue entonces que después de terminar de mirar al río vio a una familia resguardada en una media sombra y una casilla hecha de chapas. Ellos estaban almorzando y él decidió correr la vista, casi de manera obligada, porque no parecía muy discreta su mirada. De hecho, quien lo acompañaba por entonces, su novia Juana, le insistió en que deje de observar esa escena.

Antes de irse del lugar, uno de los niños que comía en la casilla salió disparado y gritando eureka por haber visto, a lo lejos y luego haberlo comprobado, varios paquetes de cigarros tirados en la rotonda que llegaba al final de la recta que mostraba el río a los autos. Agarró como diez atados y los metió en una bolsita. Sabía que estaban vacíos, pero estos paquetes llegaban al peso ideal, junto con los otros cartones, para intercambiarlos en la recicladora por 100 pesos y así llegar a comprarse un chocolate para festejar la llegada del año nuevo.

Minutos después, Joaquín y Juana se fueron del río y pararon a comer en un kiosco antes de irse de la ciudad hacia su pueblo que estaba a 200 kilómetros. En el lugar, que además de ser un kiosco funcionaba como una suerte de fast food, vieron cómo, salvo él y Juana, una enfermera y dos hombres, todos los clientes que entraban al kiosco pedían cigarrillos. “Solo dos por persona”, le decía el vendedor a un hombre que se quiso comprar cuatro atados.

Joaquín no había ignorado que cada hombre cargaba con una ansiedad que carga cualquier consumidor al que se le termina el vicio y necesita, debe conseguir más. Uno de esos hombres terminó de comprar y apenas salió del lugar, el kiosquero le dijo a su compañera:

-Este tipo es un pelotudo, no tenía cubre bocas. Encima ahora se va a ir con todos los tipos a quemar al río.

Atento, Joaquín le preguntó cómo sabía que iban a ir a calmar la ansiedad allí.

-Es así, pibe –le dijo.

-Estos tipos estuvieron todo el año con un estrés de la san puta, acogotados hasta los huevos, sumales los quilombos familiares y ahí tenés el cóctel ideal para que explote un ACV. Pasa todo los años, pero este más. Fue atípico. En vez de ir de a poco, los tipos se rompen a atados los últimos días del calendario y se van al río a calmar la ansiedad fumándose un pucho. O unos cuantos. Por eso limitamos la venta por persona –agregó.

Joaquín y Juana se fueron del kiosco y volvieron al río. Tenía razón el kiosquero. Todos tipos fumando a orillas del río. Tres habían pasado por el kiosco mientras ellos comían. Y en la rotonda, había una caja de mentolados tirada. Vacía.

Con la mirada en la mesa de nuevo, Joaquín miró que en la botella de Whisky no sobraba una gota más. La ansiedad por que esa noche pase rápido lo llevó a tomarse la mitad que quedaba de ese etiqueta negra. Las fiestas lo estresaban y por eso elegía pasarlas solo. Aunque no tenía mucha chances de tener a alguien alrededor desde que se había ido a vivir a donde ahora estaba.

Fue entonces que se levantó de la silla que miraba hacia el jardín oscuro y agarró la botella vacía. Abrió la puerta de la calle y vio como justo el cielo se iluminaba de rojo.

Debajo, un niño junto con su hermanito y su padre pasaban con un carro juntando cartones y botellas. Para ellos no había año nuevo. Él les alcanzó la botella y se quedó mirándolos por un minuto mientras se alejaban en una fiesta de luces.

Luego, Joaquín entró a su hogar y reflexionó que con el pasar de los años muchas cosas pueden cambiar. Costumbres, formas, leyes. Pero, lamentablemente, otras nunca cambian y pareciera que nunca lo harán.

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